A la par del Domo, el camión itinerante de la empresa estatal argentina de hidrocarburos trae una muestra sobre fuentes de energía. El periodista de LA GACETA entra de incógnito a la exhibición entre una decena de adolescentes. Adentro, mientras mueve una pantalla corrediza, la conductora pregunta:
-Chicos, si escuchan “YPF”, ¿qué es lo primero que se les viene a la cabeza?
-Yacimientos Petrolíferos Fiscales- contesta, rápido, un alumno.
-Muy bien. Y si les digo “energías renovables”, ¿qué se les ocurre?
Tras unos segundos de vacilación, una chica aventura: “¿eólica?”. Después otra, con más decisión, dice: “paneles solares”; entonces la conductora las felicita y hace correr la pantalla, que muestra maquetas de parques de producción de energías eólica y solar. Al rato esta corta clase termina y los chicos se entusiasman con videojuegos y visores de 360 grados sobre energías renovables.
En el tráiler de YPF también hay un microcine de realidad extendida, donde pasan un corto acerca de las fuentes de energía. En la película, el robot Ener acompaña a Manu, un nene parecido a Jimmy Neutron, por la historia de los hidrocarburos, que, según cuenta Ener, no vienen sólo de los dinosaurios, sino de diferentes microbios, plantas y animales acumulados en sedimentos del pasado geológico. Mientras tanto, el microcine se mueve, vertiginoso, junto con la nave de Ener.
Diversión y museología
En el patio, Maximiliano Hasán, especialista en electromedicina, presenta un kit educativo de robótica, ciencia, física y química. Es un autito de juguete hecho en Tucumán: trae sonidos, sensores, termómetro, medidor de humedad, luces y dirección a control remoto. “Mi intención es que los chicos se interesen por la programación, porque en el mundo se generan anualmente 1 millón de puestos de trabajo de programadores, pero sólo se cubren alrededor de 400.000. O sea, necesitamos que 600.000 jóvenes más ingresen cada año a estudiar programación”, advierte Hasán.
Además de dinosaurios, fuentes de energía y robots, en Educatec también hay una sala de arqueología, un laboratorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y una exposición del Instituto Miguel Lillo, entre otras exhibiciones. Dentro del edificio, a lo largo de los pasillos, niños y adolescentes recorren entretenidos las aulas de la planta baja y del primer piso. Iris Loto Campos, del laboratorio de biología y química del Ciidept, está conforme con las reacciones de los chicos: la idea de todo el espacio, explica, es acercarle la ciencia a la juventud de una manera divertida. Mientras tanto, alumnos y alumnas de todas las edades juegan con frascos y baterías y miran cosas invisibles en un microscopio electrónico de barrido.
El entretenimiento también guía a los encargados de Arqueojuegos, que presenta los descubrimientos arqueológicos de El Infiernillo, y del aula de robótica, donde una cabeza hecha en una impresora 3D se mueve al ritmo de la música electrónica y canta letras en inglés.
Entretanto, en el sector más tradicional de Educatec, los alumnos e investigadores del Lillo toman mate entre rocas, hojas, cráneos de puma, yaguaretés y tapires, animales embalsamados y la maqueta de un pucará. Acá, Florencia, de seis años, mira, curiosa, una tarántula disecada. “Qué bueno que está muerta, porque si no, me daría mucho miedo”, le dice a su papá.